Estoico, detenido en el tiempo... quizá, como un continente desplazándose. Así era él, viendo el mundo girar desde ángulos que ni tú imaginas...
Ella, agitada, caótica... siempre moviéndose. Quizá como las olas del mar.
Él no la veía distante, perdida. Sabía que era una soñadora que se estaba desconectando de la realidad.
Él quizá se sentía abrumado por la cantidad de lágrimas que salían de sus ojos, de los movimientos de sus manos tratando de de tocar la superficie, como si se tratara de alguien que se ahogaba. Él era una isla, fuerte, resistiendo el embate frenético de las olas que se manifestaban, preguntas, llanto.. ¡sálvame!
Ella aún está viva, viviendo en un huracán, ella es el huracán, ella es la tormenta. ¡Aférrate a mí! pedía él con sus gestos, sus palabras... Aférrate a mí. ¿Dónde te duele pequeña? ¿Estás cansada pequeña? ¿Cuánto llanto has guardado pequeña? ¿Cuántas sonrisas le has dado a él para no preocuparlo aunque el mundo se te caiga a pedazos? Déjate querer... pequeña... deja de disculparte... No es tu culpa.
Aquel ángel alejaba con sus palabras a la muerte de su pequeño lobo estaba herido. ¿Dónde te duele pequeña lobo? Él ahuyentaba a la muerte que estiraba sus tentáculos oscuros aferrándose a su cuello, privándola de oxígeno... ¡Quédate conmigo! La muerte horrorizada, quería el premio, el lobo debía estar con ella, era su muñeca. La muerte encolerizada soltó a su presa. Él la recuperaba, con un abrazo aliviaba la ausencia de calor en su cuerpo, con un beso compartió un poco de la vida que manaba de sus palabras. Aquel ángel dejó al lobo descansar sobre su pecho. La mujer-lobo entendió: las batallas que pudo haber perdido sola, se pueden ganar con buena compañía...
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