En la calle de un pequeño pueblo que pertenecía a una tierra desconocida estaba la tienda de un artista como ninguno otro. Plasmaba perfección en cada una de sus obras. Él construía muñecas que parecían niñas pero más calladitas & quietecitas. Todos los días por encargo o por ganas construía pequeñas damiselas que encantaban a la gente del lugar. Ponía ojitos de cristal de color en sus rostros angelicales, pintaba el rubor de las mejillas aterciopeladas de cada una; tejía vestidos ingeniosos que le aportaba elegancia & belleza a cada muñequita. Ellas todas construidas de porcelana, tela, cristal & cabellos hermosamente peinados se exhibían en la vitrina con vista hacia la callecita empedrada.
Los curiosos observaban cada muñequita, silente, sonriente & perfecta. La mirada profunda, los cabellos acomodados perfectamente. Vestiditas & calladitas... Quietecitas & perfectas, en la vitrina del artista. Él las acomodaba en distinto lugar de la vitrina todos los días, las hacía ver como en una fiesta de té, una tertulia o una elegante fiesta. Podías escoger el motivo si las mandabas a hacer, podías pedir muñequitas navideñas, de pascua, de invierno, de primavera, con el traje típico de alguna región... lo que se te pudiese ocurrir. Podías hacer una muñequita que se pareciera a alguien que quisieras recordar, como tratando de imprimir una pizca del alma de esa persona... El artista de manos finas podría hacerla casi igual.
Entraban & entraban los clientes a preguntar. ¿Qué va a llevar? ¿Para cuándo quiere esta otra muñequita? Debe dejar el anticipo de la mitad. Hay otras por si quiere curiosear. Si quiere que se le haga un retoque aquí estaremos a su servicio. Gracias por su compra, esperamos que vuelva. & así iba desapareciendo el inventario de las muñequitas día con día.
El artista se retiraba a crear & tenía un ritual que practicaba usualmente en los siguientes pasos:
1. Encender una barrita de incienso del aroma que más le apeteciera en el día.
2. Encender su tocadiscos
3. Cerrar los ojos.
4. Escuchar la música que tenía en su mente
5. Abrir sus ojos
6. Colocar la música
7. Preparar las herramientas que empleaba para sus creaciones.
8. Tomar el banquillo de madera, el mismo que usó el padre
9. Sentarse & visualizar el entorno.
10. Cerrar los ojos de nuevo
11. Sentir el entorno, entrar en contacto con su mente
12. Sumergirse en un trance artístico.
13. Abrir los ojos & comenzar la faena.
& así era como todos los días tallaba & creaba, perfeccionaba & producía una gama de damitas impecables que la gente compraba embelesada por la belleza de cada una.
Un día de invierno, el cielo cerrado por las nubes que escondían el calor del sol como robándoselo para sí mismas entró en la tienda del artista una muchacha a curiosear.
- Buen día señor artista.
- Buen día jovencita... ¿En qué puedo servirle?
- Pues busco un bonito recuerdo que llevarme...
- ¿A dónde se va?
- Al Norte... - dijo con tono triste & reflejando en sus ojos esa tristeza
- Mucha suerte allá jovencita, los fríos son terribles.
- Sí... más cuando uno extraña su tierra, el frío se hace más intenso.
- Pero si se lleva una muñequita seguro ella le hará compañía para que no se sienta sola.
- ¡Ay gracias señor! Me llevaré esta. - señalando la que más le había gustado desde la entrada.
Se llevó una muñequita de vestido verde & mirada gris. La voz melodiosa de aquella muchacha tuvo un efecto en el artista: lo inspiró para crear. Él observó bien a la muchacha & después de su partida, cerró la tienda.
Se adentró en su guarida de creador & ejecutó el complicado ritual paso a paso... Justo en el paso donde cerraba sus ojos visualizó a la muchacha de la tienda: cabello largo de color café achocolatado con pequeños mechones más claros que los otros, pero lustroso & lozano. Piel medianamente bronceada, ojos oscuros & profundos como el café que le gustaba beber a los padres, labios bien delineados & rosaditos, mejillas ligeramente rubicundas & una nariz no tan afilada.
Abrió los ojos & comenzó su trabajo. Tomaba las piezas & les daba la forma, el color & la textura deseada. Con el cráneo de la pequeña muñequita ya hecho, colocaba en las cuencas los ojitos de cristal oscuro. Cabían perfectamente en ellas. Los párpados cubrían con timidez esas pequeñas esferitas como dos pétalos de rosa. Colocó las pestañas, las cejas bien delineadas. Pronto vió a su creación ya armada, el cuerpecito firmemente unido al cráneo, las manitas & las piernas bien puestas con una articulación perfecta.
Debía darle los toques para darle una actitud, un alma. Sentó a su pequeña creación en una sillita de madera frente a él. Colocó la luz iluminándola desde arriba. Cerró los ojos, visualizó de nuevo a la muchacha de la tienda... abrió los ojos de nuevo después de unos minutos & vió a su pequeñita frente a él. Los ojos melancólicos & oscuros se posaban en él suavemente. Decidió resaltar esos ojitos & la nariz para poder descubrir cómo serían los labios de su muñequita. Así que pintó en los pómulos de la muñequita aquella rubicundez suave. Tomó una peluquita café achocolatada que encontró, la puso sobre el cráneo calvo de su pequeña & cortó delicadamente aquellas hebras de cabello hasta dejarle un flequillo por la frente. Después hizo bucles en el cabello que quedaba. La larga cabellera de la muñequita enmarcaba el rostro ovalado. Ya acentuados esos rasgos regresaba al dilema principal del artista: los labios. De los labios dependía cierta actitud, por ahí se reflejaba lo que la mirada ocultaba. Así que pintó una sonrisa triste en la boca de la muñequita con tinte rosa.
Al acabar con la tarea de darle una actitud, tomó a su pequeña creación & la colocó en un pedestal que la mantenía erguida. Ahora debía vestir a su damita. Le colocó el fustán blanco que va debajo del vestido. & tenía este otro dilema: ¿Qué color de vestido llevará? Entonces el artista pensaba & repensaba todo aquello, pero pensar no lo ayudaba mucho. En medio de sus pensamientos comenzó a hablar con su creación.
- ¿Qué te gustaría pequeña? - preguntó mientras tomaba varios colores de tela. - ¿Será escarlata tu color? ¿Será verde jade? ¿Azul marino?
De pronto encontró una tela de seda azul cobalto que nunca había utilizado. Tomó medidas de su pequeña & elaboró un vestido elegante. La parte superior del vestido tenía unas bonitas mangas largas en estilo arlequín, en escote cuadrado que llegaba hasta la mitad del pecho que rellenó con seda blanco perla, ajustado a su pequeño cuerpo. La parte inferior era algo acampanadita, la componían capas de seda azul que daban volumen al vestido. Calzó a su muñequita con un par de botitas azules que le fabricó con cariño. El artista sentía que algo no estaba completo. Puso detalles en el vestido, simulando pliegues en el vestidito le colocó en el cuello una gargantilla de tela con un ligero & delgado moñito que la cerraba por el frente. & de pronto su mente se iluminó: quería colocarle una florecita sobre el moñito. Así que tomó un pequeño narciso de porcelana con elegantes pétalos blancos & planos, con una copa naranja suave & abierta sobre los pétalos.
Cuando había teminado de vestir a su muñequita la observó. Le había gustado tanto como las otras & la colocó en la vitrina con vista a la calle. En el centro estaban todas aquellas muñequitas felices & festivas, al rededor las serias & ella estaba sentada como siempre, contemplando el mundo en silencio en el extremo izquierdo. Ella tenía clavada la mirada contemplativa en el gris del cielo, el gris de la calle & la lluvia que parecía nunca terminar.
Así pasaron las estaciones cambiantes... vino el sol, se llevó las nubes grises & dejó que aquella muñequita le contemplara, durante la primavera se llevaban a las pequeñas vestidas para la ocasión. Ella se quedaba silente con su vista fija al exterior. La gente del lugar siempre se fijaba en el centro, nunca en los extremos.
Una mañana de otoño, frente a la vitrina del artista apareció un joven que comenzó a apreciar a cada muñequita que habitaba en ese mundo de fantasía desde el extremo derecho de la vitrina. Así posaba su mirada gentil en cada una. Pronto, llegó al extremo izquierdo, donde estaba la pequeña muñequita del narciso. Él cayó cautivado por la mirada de la pequeña. Entró a la tienda & tocó el timbre pequeño que tenía el artista. Al sonar el timbre, el artista apareció desde la penumbra.
- Buen día joven. ¿En qué puedo servirle?
- ¿Podría contemplar de cerca la muñeca que tiene en el extremo izquierdo de la vitrina?
- Claro joven... permítame un instante. - sacó a la pequeña con cuidado de la escena & la posó sobre las manos del joven.
- ¿Es frágil?
- Como cualquier dama, joven... - replicó el artista.
- Me gusta... -dijo cuando la tenía entre sus manos - ¿Puedo comprársela?
- Claro joven. - Tomó de regreso la muñequita en sus manos & la llevó al mostrador - Déjeme decirle que tiene usted muy buen gusto.
- Gracias... - hizo una pausa - Me recuerda mucho a alguien a quien conocí. Ella era de por aquí.
- ¿Ah sí? En lo que se la empaco, ¿podría contarme más de esa persona?
- Claro... - hizo una pausa - Ella se llamaba Vera Thomas. Tenía exactamente la misma mirada melancólica & suave que la muñeca. Ella era mi querida novia hasta que un día sus padres se la llevaron al Norte. - hizo otra pausa breve - Justamente los narcisos eran su flor favorita.
El artista había quedado impresionado de escuchar aquella historia, que trajo a su memoria aquel día de invierno en el que creó a dicha muñequita. La empacó en un estuche satinado donde la muñequita yacía durmiente. & la entregó en las manos de su nuevo dueño que entregó en un saco el valor de la muñequita.
- Cuídela bien joven... si necesita retoques o piezas, nuevos vestidos o tratamiento para las pestañitas & el cabello tráigala.
- Gracias caballero... usted ha traído de nuevo felicidad a mi vida. - le dió la mano cordialmente & se retiró de la tienda.
La muñequita iba dormida dentro de la pequeña maleta que el joven cargaba con cuidado. Caminó por toda la ciudad hasta llegar a su hogar. Dentro de su hogar, sacó a la pequeña muñequita de la maleta. La contempló con cariño & la colocó sobre su piano. El joven interpretó las melodías que solía dedicarle al amor lejano que partió para el Norte. Lloró frente a su pequeña muñequita, le contó las cosas que hacía & que sentía. Las manos de la muñeca estaban posadas sobre su regazo & él la observaba con lágrimas en los ojos. Pronto cuando él iba a levantarse del banco del piano, la muñequita estiró una de sus manos tocando una mano del joven. El joven asustado volteó a verla & la muñequita en silencio le dedicó una sonrisa tierna. El joven atónito notó que la muñequita no volvió a moverse pero la sonrisa suave & tierna se había quedado grabada en sus labios.
Así pasaron los años, el joven pronto volvió a amar... como si el gesto sin voz de aquella muñequita hubiese sanado la gran herida que el mundo le dejó. & siempre estuvo la delicada damita sentada sonriente sobre el piano de aquel que volvió a ser feliz.
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